Fragmento Medieval
¡La condesa ha muerto en
mis brazos! Sólo yo lo sé.
Faltan escasos minutos
para que comience un nuevo año y, mientras todos afuera se preparan para los
festejos, yo aquí, con su cadáver aun tibio en mis manos. Y mis lágrimas que lo
bañan para bendecirlo. Y su eterna sonrisa despiadada como pintada al óleo que
no quiere asumir la realidad.
¿Debo arruinar los
festejos del pueblo y decirles la verdad?
Porque todos la admiraban
igual que yo. Todos la amaban igual que yo. Pero nadie más que yo sabía la
verdad. Nadie más que yo estuvo a su lado para calmar sus histerias. Nadie más
que yo soportó sus desplantes y sus traiciones. Todo le perdoné, todo le di. Un
mundo le inventé con tal de hacerla feliz. Y así me pagas, con ingratitud.
Dejándome solo cuando más te necesitaba. Dejándome estupefacto, más helado que
tu cuerpo.
Veo por la ventana de la
alcoba las primeras luces de artificio, los primeros estruendos. La gente grita
y se divierte mientras siento que me voy contigo.
¡Descansa amada mía!
Es mi obligación ser
fuerte e informar que te has ido, mas no es necesario decir toda la verdad. Así,
el común de la gente seguirá teniendo esa imagen distorsionada de la bella,
sonriente y radiante condesa. Mi condesa.
En honor a ese amor, me
atraganto con mi visceral silencio.
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