lunes, 2 de noviembre de 2015

Al-Kazaba, Córdoba, España.



Fragmento Medieval

¡La condesa ha muerto en mis brazos! Sólo yo lo sé.
Faltan escasos minutos para que comience un nuevo año y, mientras todos afuera se preparan para los festejos, yo aquí, con su cadáver aun tibio en mis manos. Y mis lágrimas que lo bañan para bendecirlo. Y su eterna sonrisa despiadada como pintada al óleo que no quiere asumir la realidad.
¿Debo arruinar los festejos del pueblo y decirles la verdad?
Porque todos la admiraban igual que yo. Todos la amaban igual que yo. Pero nadie más que yo sabía la verdad. Nadie más que yo estuvo a su lado para calmar sus histerias. Nadie más que yo soportó sus desplantes y sus traiciones. Todo le perdoné, todo le di. Un mundo le inventé con tal de hacerla feliz. Y así me pagas, con ingratitud. Dejándome solo cuando más te necesitaba. Dejándome estupefacto, más helado que tu cuerpo.
Veo por la ventana de la alcoba las primeras luces de artificio, los primeros estruendos. La gente grita y se divierte mientras siento que me voy contigo.
¡Descansa amada mía!
Es mi obligación ser fuerte e informar que te has ido, mas no es necesario decir toda la verdad. Así, el común de la gente seguirá teniendo esa imagen distorsionada de la bella, sonriente y radiante condesa. Mi condesa.
En honor a ese amor, me atraganto con mi visceral silencio.

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