Apocalipsis.
No sé qué
extraño misticismo me azota hoy. Tengo deseos de rezar, de peregrinar hacia La
Meca, de hacer un ayuno eterno hasta que la muerte sonría frente a mis ojos.
Observo el crucifijo de madera que cuelga en la pared. Leo un pasaje de la
enorme y pesada Biblia que me acompaña siempre sobre la mesa de luz. Me
arrodillo y alzo la vista al techo blanco. Busco una señal, o al menos una
mancha en la pintura que se asemeje a algo. No encuentro nada. Ni señal ni
mancha. No hay dios ni humedad en aquel techo estúpido que me aplasta cada vez
más. Qué vacío enorme siente mi alma cuando estás lejos.
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